El exprimidor deja caer las últimas gotas de zumo y Lorena tira la cáscara de la naranja en el cubo de la basura. Diego se asoma por la ventana, hincha sus pulmones con una bocanada fresca y detiene su vista en los reflejos que las gotas de lluvia de la noche anterior han formado en el suelo de la plaza. Con la palma de su mano, Lorena hace desfilar en el armario tres o cuatro vestidos, sin acabar de decidirse por ninguno de ellos. Un último vistazo a los papeles sobre la mesa de trabajo y Diego mete los informes que necesita en una carpeta. Mientras Lorena se maquilla frente al espejo del cuarto de baño, todavía un poco empañado por la ducha caliente, sigue pensando en que debería cambiar esa bombilla que no deja de parpadear. Diego se calza unos zapatos apropiados para la lluvia, luego se coloca una bufanda al cuello, se pone un abrigo y se echa el bolso bandolera cruzándolo sobre el hombro izquierdo. Lorena coge un pequeño bolso que dejó sobre la mesilla y sale de casa. Cierra la puerta con llave, como tiene por costumbre. Diego llega hasta la puerta de casa buscando las llaves en el bolsillo del pantalón. Cierra la puerta con llave, como tiene por costumbre.
Lorena camina hasta una calle más allá del edificio en que vive, donde dejó aparcado su Peugeot blanco. Diego sale de su portal, mira al cielo gris y comienza a caminar con paso apurado. Lorena arranca el motor, enciende la radio, se ajusta el cinturón de seguridad, pisa el embrague y mete la primera, quita el freno de mano, mira por el retrovisor, pone el intermitente y gira el volante a la izquierda. Todo sin pensarlo. La mañana está fresca y Diego, en su veloz marcha, distraídamente pisa algunos charcos mientras suelta por boca y nariz pequeñas volutas de vaho, casi transparentes. Más de una vez, la cinta del bolso intenta deslizarse del hombro al cuello de Diego, debido al rápido ritmo de zancada que lleva, y otras tantas veces ha tenido que volver a acomodarla en su sitio. Lorena oye una emisora de radio sin escucharla y se alegra de no encontrar demasiados atascos en esta mañana. Diego tiene que cruzar una calle. Al otro lado, el semáforo luce un hombrecito de color rojo y Diego aminora el paso gradualmente hasta que se para al borde de la acera. Posa su vista, por azar, al otro lado de la calle donde, también esperando a cruzar, una señora sujeta a un inquieto cocker y un hombre lee un periódico.
Lorena gira a la derecha y, un poco más adelante, un semáforo está en ámbar. Pisa suavemente el pedal del freno hasta detenerse con el semáforo en rojo. Diego ve que el hombrecito del semáforo es ahora verde. Pone un pie sobre el asfalto, todavía con la lentitud que le imprime la inercia. Gira su cabeza a la izquierda y se fija en un Peugeot blanco. Lorena, que miraba sin ver el coche parado al lado del suyo, vuelve su cabeza hacia delante y ahora sí que ve a un joven de pelo castaño y ojos verdes que la está observando. Diego mira a la conductora del coche blanco, una joven de pelo negro y ojos marrones que le está observando. Lorena va siguiendo al joven con un giro lentísimo de su cuello, sin apartar sus ojos de los suyos. Diego siente que camina casi sin pasos, como si flotara, sin apartar sus ojos de los suyos. Durante eones, la cabeza de Lorena sigue moviéndose con la parsimonia de un astro en el firmamento, en pleno ballet cósmico. Durante eones, Diego no es consciente de que las bandas blancas y las oscuras de la calzada se siguen alternando bajo sus pies, en el cruce. Un perro roza levemente la pierna de Lorena, que, sacada de su ensimismamiento, mira adelante y ve que el hombrecito verde ya empieza a parpadear. El claxon del coche de atrás sobresalta a Diego que, sacado de su ensimismamiento, levanta la cabeza y ve que el semáforo ya está en verde. Mete la marcha, levanta el pie del freno y sigue su camino. Lorena gira la cabeza un poco hacia la derecha y ve alejarse a un Peugeot blanco siguiendo la calle que acaba de cruzar. Diego desvía sus ojos para mirar por el retrovisor izquierdo cómo una mujer, detenida al lado del semáforo, parece dirigir la vista hacia él mientras su vehículo sigue avanzando por la calle.
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